LA NOCHE RESPLANDECIENTE

LA NOCHE RESPLANDECIENTE

Por: Ronald Ojeda Cardozo En cada una de las semanas de mi vida, hay una mañana en la que escapo a la cotidianidad del resto de las mañanas de la semana, ese día no tengo que madrugar a correr para coger buses para poder llegar a tiempo al trabajo, si no que madrugo para contemplar

Por: Ronald Ojeda Cardozo

En cada una de las semanas de mi vida, hay una mañana en la que escapo a la cotidianidad del resto de las mañanas de la semana, ese día no tengo que madrugar a correr para coger buses para poder llegar a tiempo al trabajo, si no que madrugo para contemplar la mañana Bogotana; camino por toda la cuarta que un sábado a las seis de la mañana es una calle muy solitaria y algunas veces he podido completar el recorrido hasta el triángulo de fenicia sin que se me atreviese ningún carro.

Justo cuando la cuarta se cruza con el canal de Las Aguas siento inmediatamente una conexión con la montaña, la cual es mi destino y lo siento así porque el agua que corre por el canal, nace allí en la montaña; es el antiguo Río Vicachá que en lengua Muisca significa “El Resplandor en medio de la noche”,  nombre que los españoles cambiaron por el de  San Francisco, por que el río pasaba al frente de la iglesia que esta orden construyo en nuestra ciudad, en la actual avenida Jiménez con carrera séptima, y que por fortuna sigue pasando por el frente gracias a que Salmona lo saco de la alcantarilla en los años noventa cuando construyo el eje ambiental, construcción que nos recuerda que Bogotá sin duda es territorio del agua, y al seguir mi camino esto me lo recuerda la iglesia de las Aguas, pues antes de que los españoles erigieran la Capilla de Las Aguas en 1644, allí quedaba un lugar de adoración a una Diosa indígena cuyo símbolo de fertilidad era el agua, pues en este punto convergían siete ríos que bañaban a nuestra ciudad, ríos posteriormente sepultados debido a las múltiples reformas urbanísticas que se hicieron al centro de la ciudad, Ríos como el Vicachá que a pesar del esfuerzo de Rogelio Salmona por sacarlo a flote al llegar a la décima se convierte en una alcantarilla.

Siguiendo mi camino y a mano izquierda me encuentro con un puente que fue hallado durante la construcción del canal de las aguas, este puente construido en el año 1895 nos recuerda cómo era la estructura de la ciudad antes del bogotazo, antes de que estos canales se llenaran de basura y de ratas producto del crecimiento urbano en la década de los cuarentas, la mejor decisión que los dirigentes pudieron tomar en ese momento fue sepultar los canales  para que entre otras cosas los bogotanos nos olvidáramos de que esta es una ciudad donde nace el agua.

Sigo subiendo y llegando a la Universidad de los Andes, el canal es más ancho y la corriente es más fuerte y es porque me acerco a  mi destino, allí los vendedores ofrecen agua en botella a mil pesos a todas las personas que pasan por allí, la mayoría va para Monserrate, pero ese no es mi destino de los fines de semana en la mañana, mi destino es unos metros más allá; sigo mi camino y me encuentro con la casa del Libertador; en vida el sí que supo disfrutar del agua de este sector pues su hermoso jardín laberintico estaba regado por un sistema que se alimentaba con las aguas del Vicachá; y allí en medio de ese jardín construyó un baño al aire libre donde atrapaba estas heladas aguas y sumergido en el cristalino líquido y viendo hacia Guadalupe, meditaba Don Simón.

Yo sigo mi camino, pero ya no sigo por la vía principal, si no por detrás de la casa de Bolívar y es porque por ese camino hay dos cosas que me llaman mucho la atención: la primera es un arboretum con especímenes propios de nuestra ciudad, cada uno tiene una placa con su nombre y sus usos medicinales, la segunda cosa que me llama la atención es  que a esta altura el río Vicachá incrustada al final de los Andes oriénteles ya no está en el canal si no que está al aire libre, y en su cauce al bajar se forman tres caídas de agua, en una de esas caídas se forma un pozo lo suficientemente hondo y ancho como para que  un grupo de diez personas pueda bañarse en sus aguas, siempre que pasó por ahí veo al menos diez personas entre hombres y mujeres que están metidos en el río, yo siempre me antojo, estoy seguro que uno de estos días, no me voy a contener a la tentación, me quitaré los tenis, medias, y gorra y en pantaloneta me sumergiré pero hoy no será, hoy hace frío, tal vez un día de eso en los que Bogotá se disfraza de tierra caliente, así que sigo mi camino, que se convierte en un sendero de piedras que me saca a la circunvalar.

Al cruzar la avenida me encuentro con el chorro de Padilla en el que hasta mediados del siglo pasado, era muy usual que las lavanderas vinieran a lavar ropa de las familias a quienes atendían, sin embargo sigue siendo usual que personas vengan a este punto a lavar ropa o a recoger agua en galones, después del chorro cruzo el puente de Holguín que prácticamente es la entrada a mi destino, el sendero del Río Vicachá San Francisco, este puente fue la entrada del abastecimiento de harinas para la ciudad, pues allí quedaba un molino hidráulico hay un réplica del molino original de madera y la casa sigue existiendo, después de pasar por la casa del guardabosques y de que su perro negro me ladre ya me siento en otro lado sumergido en el campo a pesar de que la ciudad sigue estando  dos cuadras, el aire cambia de olor y a medida que sigo entrando en el bosque me encuentro con la ruinas del primer acueducto de la ciudad y sus pozetas para tratamientos de aguas, estas ruinas datan de finales del siglo XVIII , este ha sido un centro hídrico importante para la ciudad, a lo largo de la historia, pues mucho antes de ser San Francisco, y mucho antes del acueducto o del molino, este era un lugar sagrado para los Muiscas, quienes le dieron el nombre de “Vicachá” que significa:  “Resplandor en medio de la noche”, por que en esas frías noches, de luna llena la luz se reflejaba en el agua y el río sagrado se iluminaba como un camino , una guía en medio del anochecer y sigue  siendo ese resplandor, porque para todos los que la visitamos continuamente se nos vuelve en una luz de esperanza, de aire limpio, de agua cristalina, de soledad, de reflexión, de canto de pájaros o de picnic de frutas y pan con  los amigos, en Vicachá  la luz resplandece a orillas de una ciudad , que puede ser oscura por los gases tóxicos, una ciudad y unos ciudadanos que en su mayoría han olvidado que Bogotá no es gris si no que es   una ciudad verde, en dónde nace el agua, por eso acá hay  tanta lluvia y tantos truenos y ALEGREMONOS POR ESO.

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