Audio: https://www.spreaker.com/episode/50048747 La noticia de que la reina Isabel no podrá asistir hoy a la misa de acción de gracias en la Catedral de San Pablo en Londres, porque no se sintió bien después de que salió ayer al balcón del palacio a presenciar la marcha de la Guardia de Escocia, no va a mermar
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La noticia de que la reina Isabel no podrá asistir hoy a la misa de acción de gracias en la Catedral de San Pablo en Londres, porque no se sintió bien después de que salió ayer al balcón del palacio a presenciar la marcha de la Guardia de Escocia, no va a mermar ni el fervor de los millones de ingleses ni el entusiasmo con que muchísimos habitantes del mundo entero estaremos pendientes este domingo del desfile en la carroza real para celebrar los 70 años de su reinado.
Y será así porque en un mundo que fue aboliendo las monarquías y las hizo pasar de moda, la reina de Inglaterra ha perdurado como imagen icónica para por lo menos dos generaciones enteras.
Ha permanecido tanto tiempo en el trono y ha ejercido tan drásticamente su poder imperial desde aquel ya remoto 1952, cuando siendo niño la vimos ser coronada en el inolvidable noticiero “El mundo al instante” que presentaban en el Teatro Boyacá de Tuluá (no existía entonces la televisión), que verla ayer, ancianita, impecablemente vestida de azul en el balcón palaciego acompañada del gigantesco pero ya muy desmirriado Duque de Kent, primo hermano suyo y comandante de las Guardia de Escocia, nos resultó suficiente para que muchos retrocediéramos en el tiempo y reconociéramos todo lo que esta señora ha significado para su país, para la ya casi extinta mancomunidad británica y, en especial para los ojos de un mundo que ha cambiado tanto, pero tanto, desde su coronación que ella bien podría ser hoy apenas una pieza de museo.
Pero a los 96 años, la reina Isabel no lo es porque ha tenido la gracia, la habilidad o el don, como dirían mis abuelos, de hacerse querer u odiar, pero a cualquier costo de haberse convertido con el paso de los años en un verdadero ícono universal, en la reina de todos.
La hemos visto enterrar a su padre y a la centenaria reina madre. La hemos visto saltar matojos con su hermana y sus hijos, díscolos, atrevidos y sinvergüenzas. La notamos cruel cuando no asumió el duelo por la muerte de Diana. Y la hemos imaginado impasible, sentada frente al televisor viendo la insidia de la serie de Netflix, “The Crown”, que la pintó a veces muy vergajamente pero por encima de cualquier defecto la caracterizó como el símbolo que ha sido y que hoy sus súbditos y el mundo entero le reconocen con un gran aplauso.
Gustavo Álvarez Gardeazábal
El Porce, junio 3 del 2022
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