Audio: https://www.spreaker.com/episode/52875507 Tengo un amigo que he querido mucho desde mi adolescencia y lleva cuatro años sufriendo de una terrorífica enfermedad huérfana, llamada supranuclear expansiva. Mi amigo fue siempre un volcán. Dicharachero, espontáneo, inteligente, dotado de la capacidad contestataria de los trovadores paisas heredada de sus ancestros en Concordia. Fue el centro vital de las
Audio: https://www.spreaker.com/episode/52875507
Tengo un amigo que he querido mucho desde mi adolescencia y lleva cuatro años sufriendo de una terrorífica enfermedad huérfana, llamada supranuclear expansiva.
Mi amigo fue siempre un volcán. Dicharachero, espontáneo, inteligente, dotado de la capacidad contestataria de los trovadores paisas heredada de sus ancestros en Concordia.
Fue el centro vital de las reuniones donde participaba. Culto, leído, razonable y astuto, conversar con él era jugar la partida de tenis de Wimbledon. Con él pasamos muchas noches de parranda, tardes enteras de comilonas y charlas al infinito.
Fuimos, casi por deporte, a cuanta fiesta parroquial o feria pueblerina se celebraba en el contorno vallecaucano. Estudió abogacía, pero como siempre tuvo su puesto de gerente de una empresa, no montó bufete ni fue a juzgados y tribunales, pero sabía tanto de leyes y acertijos constitucionales que en más de oportunidad lo consulté.
Nos carcajeamos tanto de la vida y fuimos tan tulueños en el manejo del chisme que cuando le diagnosticaron lo que parecía ser un Parkinson, tuvimos tiempo para burlarnos de como terminaría. Pero no. Lo que tenía era supranuclear expansiva, una enfermedad huérfana que va paralizando lentamente el cerebro y sus funciones elementales.
Comienza por no poder deglutir, por parálisis musculares parciales, por no poderse levantar del asiento y va aumentando feroz y despiadamente sin por ello perder la conciencia. Me dice una de sus hermanas, que lo asisten en su soltería incansable, que del gran torrente burletero que fue, no queda nada y quien todo lo manejaba con el humor, ya ha perdido totalmente la sonrisa.
No he sido capaz de irlo a ver porque me reventaría en llanto. No se rezar ni creo en la oración, pero él, que con tanta fe acudió a misa todos los días cuando era miembro de la seráfica Orden de San Francisco, estoy seguro que en su invalidez física tendrá arrestos mentales todavía para rogar a sus santos que los dioses de sus mayores le pongan fin a esa dolorosísima y larga agonía.
Gustavo Álvarez Gardeazábal
El Porce, febrero 28 del 2023
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