Audio: https://www.youtube.com/watch?v=ILDeuxwX1r0 Cuando arreciaba la violencia en las calles de Tuluá y los desplazados de la guerra política se refugiaban bajo los aleros de las casas de mi pueblo, el problema social, no existiendo ni instituciones oficiales ni eclesiásticas que ayudaran a alimentar y protegerlos, llevó a mi madre y un grupo de señoras a
Audio: https://www.youtube.com/watch?v=ILDeuxwX1r0
Cuando arreciaba la violencia en las calles de Tuluá y los desplazados de la guerra política se refugiaban bajo los aleros de las casas de mi pueblo, el problema social, no existiendo ni instituciones oficiales ni eclesiásticas que ayudaran a alimentar y protegerlos, llevó a mi madre y un grupo de señoras a organizar la Damas de la Caridad tratando de suplir esa falencia.
Todos los lunes, en el patio de atrás de mi casa, en una ramada de zinc que les mandó hacer mi padre, se reunían para llenar de alimentos básicos unas canasticas de mimbre que al día siguiente salían a repartir por las barriadas donde vivía la pobresía y por los andenes donde escampaban de la lluvia los desplazados.
De los cien mercados que entonces repartían, me acuerdo como si le oyera su voz, la ronca Esther Castaño, separaba 8 o 10 para “los pobres vergonzantes”. Eran familias que gozaron de fortuna y estima, pero a los que la violencia dejó sin sus fincas, sin su trabajo o en la inopia. Viviendo en barrios bajos o de posada en algún inquilinato que los hacía avergonzar.
He estado recordándolos ahora que se me amontonan los nombres de tantos altos funcionarios del estado, congresistas, embajadores, gobernadores y alcaldes y líderes de amplia resonancia que han podido sobrevivir al Covid pero enmudecen y son incapaces de hacerle saber a los demás cómo se curaron. Ellos siguieron la receta del ancianato San Miguel con la dirección callada pero muy digna del doctor Jimeno y el doctor Oscar, quienes como en las épocas de los catecúmenos cristianos han podido regar su bondad en muchos colegas de distintas ciudades del país que los replican.
Obviamente si esos curados vergonzantes fueran capaces de aparecer en público y no le tuvieran miedo a la censura de los nuevos dueños del mundo y fueran menos cobardes y no le huyeran al pellizco doble del obeso mandatario y su ministro bifocal, serían muchísimos, miles, los que no habrían tenido que ir a una UCI a morirse y la peste, que no dizque puede derrotarse con ese coctel de fármacos sino con las escasas vacunas de discutible eficiencia, habría podido ser controlada.
Pero como puede más el terror de aceptar públicamente que se curaron del Covid y les da culillo forzar al gobernante para que todos los médicos en Colombia adopten el hasta ahora clandestino coctel del ancianato San Miguel, los contagios avanzan y los muertos llenan de culpa la conciencia de estos mudos, curados pero vergonzantes.
Gustavo Álvarez Gardeazábal
El Porce abril 13 2021
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