Le tengo el papel, es solo para usted, nadie lo podría interpretar mejor Por: Juan Carlos Niño Niño Con el paso del tiempo, convive a toda hora conmigo el año 1989, como el momento insigne de mi adolescencia, en donde un cúmulo de acontecimientos le dieron colores y matices a esa etapa -incluido el primer
Le tengo el papel, es solo para usted, nadie lo podría interpretar mejor
Por: Juan Carlos Niño Niño
Con el paso del tiempo, convive a toda hora conmigo el año 1989, como el momento insigne de mi adolescencia, en donde un cúmulo de acontecimientos le dieron colores y matices a esa etapa -incluido el primer amor- que tuvo como “banda sonora” la maravillosa irrupción del rock en español, cuando el programa “Donde nacen las canciones” de Jimmy Salcedo, me adentró de una vez y para siempre a la música de Soda Stereo, liderado por el Arcángel San Gabriel de este género latinoamericano: el desaparecido Gustavo Cerati.
Estaba cursando el último año de bachillerato en el Colegio Braulio González de Yopal (Casanare) -en donde Whitman Porras nos prestaba sus famosos cassettes negros JVC, Sony y Pioner, con música de Prisioneros, Hombres G y Toreros Muertos- cuando al salir de clases al mediodía -antes de iniciar Semana Santa- venía a la jornada de la tarde un adolescente delgado y enigmático, lúgubre pero imponente, con una pinta juvenil obscura, que irradiaba extrañamente la “elegancia” del Conde Drácula, con un morral cargado de literatura y libros de teatro, más una mirada escéptica oriental, guardando sin duda en sus adentros las alegrías y desengaños de su primer y probablemente único amor.
Era Pedro Suaterna. Un prometedor escritor casanareño, que el año anterior había ganado –con su cuento “Perro que ladra”- el Concurso de Cuento Jairo Aníbal Niño de la UPTC en Tunja (Boyacá), y quien no disimuló una entendible indisposición y molestia conmigo, cuando al encontrarnos le expresé por enésima vez que quería entrar al Grupo de Teatro “La Semilla”, porque a pesar de siempre comprometerme, nunca pero nunca asistía a los ensayos, jurándole entonces que esta vez sí le iba a cumplir, a lo que se “reacomodó” sin afán el morral y con una leve sonrisa contestó:
Le tengo el papel, es solo para usted, nadie lo podría interpretar mejor… refleja su ansiedad y temores… deseos y delirios… puede superar muchas cosas con ese personaje… incluida la timidez… y la protagonista es bien bonita -dijo ampliando su sonrisa- no me quede mal otra vez, anotó mientras continuaba con su caminar pausado pero firme, mientras el libro de la obra de teatro “La Esfinge” de Miguel de Unamuno, amenazaba con salirse de uno de los bolsillos del morral, sin lograr entender si eso era un simple descuido, o un acto deliberado para compartir con el mundo la genialidad de este dramaturgo español.
Mi personaje era el “Joven” de la Obra de Teatro “Los Fantoches” del guatemalteco Carlos Solórzano –considerada una creación de énfasis existencialista- en donde Suaterna estaba en lo cierto porque el mencionado personaje era “emprendedor” -como dicen ahora- afable, optimista, inquieto, emocional, que tocaba entusiasta un tambor para animar a sus compañeros -muñecos de carrizo y papel, rellenados con pólvora y guardados en el rincón de un almacén- quienes temerosos y expectantes esperaban su destino, en donde ni siquiera tenían claro el significado de la libertad.
A Soaterna también le asistía la razón con el personaje de la “Mujer”, interpretado por la bellísima adolescente Yorlady Velandia, quien su papel no distaba mucho de la realidad, porque sin duda la gracia de sus agudos ojos verdes, más su carácter difícil de niña consentida, se convirtió en el centro de los ensayos, y le dio ese énfasis especial a la puesta en escena de “Los Fantoches” -que hubiese convencido al propio Solórzano- hasta tal punto que uno no podía distinguir si se estaba hablando con Yorlady o con la mismísima “Mujer” de la obra, quien además desarrolla una conflictiva atracción -ésta si sólo en la ficción- con mi personaje el “Joven”, que angustiosamente termina en una acto de amor, cuando se percata que uno de ellos –los muñecos de papel- sería arrebatado de su olvidado y maravilloso rincón.
Fueron noches de intensos y juiciosos ensayos –bajo la talentosa dirección de Pedro Suaterna- tanto en el local de la antigua Plaza de Mercado –actual Parque La Herradura- como también en uno de los salones del Colegio Centro Social, en donde ocho (8) muchachos nos entregamos a consolidar esta obra, estudiando con juicio los libretos, ensayando minuciosamente cada escena, escuchando con suma atención las anotaciones y ajustes de nuestro querido director, desarrollando una sorprendente disciplina y responsabilidad por el proyecto, que sin darnos cuenta sería la base de los personas íntegras y honestas de la actualidad, que algún día nos separamos sin decir adiós, pero que sin duda quedó en el alma la primera presentación en el Grupo Guías de Casanare –con el mismo temor de los muñecos a ser desalojados- que fue finalmente aclamada por el público –parado y aplaudiendo- que no tardó en comentar y destacar a los cuatro vientos, la innegable calidad y acierto de la mencionada puesta en escena.
Entre ese grupo de adolescentes estaba además Lino Granados, quien con sentido común y mucho acierto interpretó al “Artista”, expresando frases de su libreto como “estoy cambiando estas rayas de color rosa, que aquel viejo me ha puesto, por otro color violeta”; en el papel del “Cabezón” estaba Julio Díaz, quien le imprimió ese vozarrón requerido por el personaje, que terminó por complementar con sus ojos negros vivaces saltados, y su inocultable aspecto de joven fortachón; sin dejar de mencionar el intrigante y temido personaje de Judas, que no hablaba y salía casi desnudo a la escena, aprovechando al moreno fisiculturista que lo interpretó:
Víctor Torres, quien desde Perú acaba de revelar -muerto de la risa- a este columnista, que no le daba miedo ni pena salir a la escena en solo “calzoncillos”.
Y finalmente el personaje más temido por Los Fantoches: La malévola “Niña” de carne y hueso –interpretada por Astrid Chaparro, con un tierno cabello largo dorado- quien de vez en cuando escogía a qué muñeco se iba a llevar para siempre, bajo el grito angustioso y sostenido de los mismos.
A estas alturas, ignoro qué piensa de este otrora personaje, la ahora seria y eficiente profesional Astrid Chaparro, con quien nos une una gran amistad, pero que curiosamente nunca volvimos a hablar de esa Niña de Los Fantoches.
Esta maravillosa obra de teatro fue una realidad, por el incansable trabajo de varios intelectuales, historiadores y escritores casanareños –entre estos Pedro Salcedo y Delfín Rivera- quienes en la década de los Ochenta fundaron el Grupo Cultural la Semilla –promotor de diversas expresiones del arte- que derivó en el grupo de teatro del mismo nombre, en donde incluso se trascendió fronteras con diversas obras de Solórzano –al que infortunadamente me desvinculé, cuando ingreso a estudiar Comunicación Social en la Universidad de la Sabana de Bogotá- quedando para siempre en la retina de mi nostalgia “Los Fantoches”, siendo sin duda uno de los tesoros más preciados en el trascurso de mi vida.
Esta Columna Dominical es una reseña inicial al próximo libro de Pedro Suaterna –nuestro director en Los Fantoches- sobre la historia del teatro en Casanare, teniendo como punto de partida la puesta en escena de la mencionada obra, considerada la primera obra de gran calado, estructurada y montada en la capital de la entonces Intendencia Nacional de Casanare. Amén.
Coletilla: En nombre del entonces Grupo de Teatro “La Semilla”, se expresa total solidaridad con nuestro compañero de escena Julio Díaz -interpretó el papel del “Cabezón”- quien se recupera de quebrantos de salud por un infortunado accidente en el Cerro El Venado.
Querido Julio: en estos momentos tan difíciles, no olvides la fuerza y el empuje de “Los Fantoches”. Dios te bendiga.
Deja un comentario
Su dirección de correo electrónico no será publicada. Campos obligatorios *