Por: Juan Carlos Niño Niño En Yopal (Casanare), la Gastroenteróloga Claudia León -que entre otras cosas hace muy bien su trabajo- preguntó intrigada porque le insistía en que me hiciera la orden para una resonancia magnética abdominal, si realmente no veía ninguna razón en adelantar este procedimiento. No se preocupe, Doctora León -le dije- Estoy
Por: Juan Carlos Niño Niño
En Yopal (Casanare), la Gastroenteróloga Claudia León -que entre otras cosas hace muy bien su trabajo- preguntó intrigada porque le insistía en que me hiciera la orden para una resonancia magnética abdominal, si realmente no veía ninguna razón en adelantar este procedimiento.
No se preocupe, Doctora León -le dije- Estoy en el “engome” del “Cincuentón saludable”. Es más –le expliqué- el examen me sale baratísimo en el IDIME de Bogotá, y aprovecho para irme trotando a una de sus conocidas sedes en el Norte (siendo éste un dato clave para todos mis lectores “cincuentones”).
Mi síndrome del “Cincuentón Saludable” es culpa de Rodolfo Puentes -Exsecretario de Gobierno de Yopal- con quien laboré hace casi diez años en la Unidad de Trabajo Legislativo (UTL), del entonces representante a la Cámara de Casanare Jorge Camilo Abril Tarache, cuando una vez al mediodía en la oficina estábamos viendo el Noticiero de Caracol Televisión, y salió una noticia del que sería el último concierto de Juan Gabriel -en Estado Unidos- a lo que Rodolfo no dudó en soltar una sentencia breve y escalofriante :
! Juan Gabriel se va a pelar ¡
Está demasiado obeso y suda muchísimo –me explicó- La tensión la debe tener muy alta. En cualquier momento le da un infarto. Acuérdese de mis palabras, concluyó Rodolfo, quien durante muchos años trabajó en sanidad y prevención de salud en Casanare. Dicho y hecho. A los dos meses, tuvimos la triste noticia de la muerte del “Divo de Juárez”, por un fulminante infarto agudo de miocardio
Al final de año 2017 –cuando iniciaba la novena de navidad en el Congreso- llegué tarde a la oficina, corriendo, bastante agitado, con una obesidad creciente –me costaba mucho abotonar el cuello de la camisa de paño- y al entrar a la oficina casi me “estrello” con Rodolfo –salía en ese momento- quien paró en seco y me examinó con sus impasibles ojos grises, y antes de que le pudiera explicar el motivo de mi tardanza, me soltó una aterradora sentencia:
¡Usted se va a pelar!
Nunca supe si Rodolfo Puentes hablaba en serio, o era una exageración para que me preocupara por mi salud, pero corrió en ese momento un escalofrío por todo mi cuerpo, al recordar que -hacía un par de semanas- el médico del Congreso advirtió a este Columnista que tenía bastante elevada la tensión.
Ese sería el inicio de un cambio de hábitos en mi vida –en ese entonces “cuarentón saludable”- que en realidad asimilé con un fascinante cambio de cultura, por lo que decidí convertirlo en un juego apasionante pero con cierto grado de dificultad, iniciando en la barras de la Plenaria de la Cámara –Salón Elíptico- con un juramento solemne ante Rodolfo Puentes, en el sentido de dejar de una vez y para siempre mi amada y desestresante Coca Cola –solo la tomo en ocasiones especiales- lo que casi de inmediato me dio la sensación de transpirar y caminar mejor, ante la sabia anotación de Puentes: no lo haga solo por tener una larga vida, sino además por tener una “mejor” calidad de vida.
El apasionante juego consiste –aún continúa- en ir desmontando, poco a poco, en fechas especiales, una serie de hábitos y costumbres nocivas para mi salud. Es decir, como buen “autodidacta” de mi propia dieta, concluí que el secreto está en no suspender todo de “un tirón” –sería un total fracaso- sino de manera gradual y selectiva, logrando cambiar los “códigos” al subconsciente, para que este mismo los asuma y rechace una probable reincidencia, por ejemplo, en chitos, papas fritas, patacones y demás alimentos procesados –con un alto contenido de sodio, tan letal para nosotros los hipertensos- o en la ardua tarea de dejar en cinco años el humeante y adictivo tinto, para pasar en los últimos cinco años de 30 a solo 3 tazas diarias, con la proyección de dejarlo por completo antes de terminar esta década, acatando la recomendación médica para terminar de superar mi casi “vitalicia” gastritis.
Ese “cincuentón” saludable no solo se reduce al equilibrio alimenticio –recomiendo- sino en una insistente tarea de alcanzar un equilibrio emocional –tan conveniente para nuestro salud- en donde el contrarreloj de la vida nos lleva a tomar pausas, a no disgustarnos por pequeñeces, a perdonar y cerrar ese amor perdido, ese resentimiento familiar o la aterradora deslealtad de un amigo, a entender que no dominamos el mundo –somos los actores y no el director de esta obra de teatro- aún más cuando a estas alturas me pudo dar por bien servido en cada uno de los aspectos de mi vida, incluidos los logros y desaciertos de cualquier ser humano.
Con el gustazo de haber amado y ser amado por varias mujeres –a quienes estimo y respeto- contando entre mis instituciones del alma la Universidad de la Sabana y el Congreso de la República –sin que esto suene a fanfarronería- con la saludable resignación de haberse agotado el tiempo para ser millonario, pero con algunos pesos para comprar unos cuantos libros en la anual Feria Internacional del Libro en Bogotá (Corferias), que leo gastando un “dineral” en el Café Juan Valdez, cuidando además la hermosa tercera edad de mi Madre, sin dejar de resguardar mi amada y sagrada historia de sobriedad, cuando a finales de los noventa entendí que mi vida era solo viable sin una gota de licor.
Ese tremendo recorrido por “los caminos de la vida”, me han dado el valor para dejar las grasas y los dulces, reservando las hamburguesas y los postres para el cumpleaños y la navidad, como también la valentía necesaria para hacerme el examen de próstata –ignorando el temido pero imaginario “Doctor Manotas” de Don Jediondo- someterme cada tres años a la incómoda pero necesaria endoscopia –que monitorea una superada peritonitis de antaño- dentro de un comportamiento que debemos tener los “cincuentones saludables” –mi estimado escritor Pedro Suaterna- en donde nos hacemos la “revisión técnico mecánica”, porque a estas alturas se nos puede llamar “carros de segunda”, con un innegable, preocupante y alto “kilometraje”.
Coletilla: La última prueba de ese “engome” del “Cincuentón saludable”, fue una acción más bien realista, consciente ahora que “la vida es un ratico” –a los 25 años me sentía inmortal- y que consistió –después de devolverme varias veces- en entrar a una oficina para adquirir un seguro funerario, que lo diligenció una joven y bella asesora comercial –hacía suspirar hasta las piedras- quien no tuvo “anestesia” para preguntarme si quería la cremación o el entierro tradicional, entregándome al terminar un carnet verde plástico, que guardé rápidamente -sin verlo- en el último rincón de mi billetera.
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