Por: Juan Carlos Niño Niño A Carolina Nossa la conocí en una de las etapas más álgidas de mi vida, cuando el ímpetu y la aventura -tal vez de Don Quijote- decidí hace tres años lanzarme a la Cámara de Representantes por Casanare, con un cúmulo de ideas y unos recursos irrisorios, en donde el
Por: Juan Carlos Niño Niño
A Carolina Nossa la conocí en una de las etapas más álgidas de mi vida, cuando el ímpetu y la aventura -tal vez de Don Quijote- decidí hace tres años lanzarme a la Cámara de Representantes por Casanare, con un cúmulo de ideas y unos recursos irrisorios, en donde el ejercicio mismo le dio un nuevo aliciente a mi existencia, dándome por bien servido al conocer y compartir con personas tan especiales como ella, quienes incluso fueron mucho más leales que algunos amigos de toda la vida.
Mi eslogan “Experiencia en el Congreso”, convenció de inmediato a Carolina, sin ningún tipo de cuestionamiento, con una fe inquebrantable, preguntándome a cada instante -con la curiosidad de una niña- sobre los pormenores del Legislativo, quedando pendiente una visita para conocer el Congreso de la República, con el compromiso previo de guiarla paso a paso -incluso en las sesiones- pero que por aquellas cosas de la vida nunca llegamos a concretar, doliéndome aún más su intempestiva partida, al caer en cuenta ahora que incumplí con esa palabra empeñada.
El incondicional respaldo de Carolina a mi campaña, estuvo por encima de su “militancia” en el partido del entonces candidato presidencial Gustavo Petro –aspiré por otra colectividad- incluso haciendo caso omiso cuando sus “copartidarios” le recordaban que se debía votar en línea (por la lista cerrada de Cámara y Senado del Pacto Histórico), por lo que ella no dudó en colocar mi “esticker” en su celular, ni en ubicar mi afiche en la casa y el carro de sus padres (Rafael y Nelly), a quienes también aprovecho para expresarles mi gratitud por siempre; ni vaciló un instante en acompañarme cuando inicié mis agotadoras caminatas por Yopal y Aguazul –en medio del calor sofocante- dándome con otras personas la seguridad y el impulso de explicar mi propuesta en las calles.
En medio de esa “aventura” –reservada para “titanes”- compartimos momentos especiales, interminables conversaciones hasta la madrugada -cuando terminaban los agotadores “puerta a puerta”- conociendo los pormenores de una vida nada fácil, llena de nobleza y coraje, contándome confidencialmente algunos quebrantos de salud, incluida una decisión que tomó sin titubear sobre una riesgosa intervención quirúrgica, que afortunadamente salió exitosa y que en ese momento le devolvió su inmejorable salud.
Entre esas conversaciones estuvo además los sinsabores de los amores contrariados, confesándome lo difícil que fue renunciar al amor de su vida, a lo que entre risas -quitándole el dramatismo- le dije una frase célebre de Gabriel García Márquez: “No te lamentes porque se acabó, alégrate por lo que sucedió”, y a partir de ahí –le expliqué- es mucho más fácil perdonar y cerrar el capítulo, a lo que Carolina sonrío de inmediato –mirando las estrellas- como si acabara de encontrar el “eslabón perdido”, por lo que no me queda ninguna duda –para quien lo quiera saber- ella terminó por liberarse de ese amor contrariado, que a la hora de la verdad era un solo “formalismo”, porque un ser tan íntegro, tan noble, tan especial, terminó por superar eso mucho antes de que ella misma se diera cuenta.
Una mutua sonrisa cómplice, fue el punto de partida –en plena campaña- para que iniciáramos un cálido y hermoso noviazgo –un honor para mí- que terminó después con esa misma sonrisa cómplice, cuando descubrimos –sin decir una palabra- que nuestro vínculo era más amistad que amor, lo que terminó por afianzar la misma, con el privilegio de conocernos todavía más, quedando en los anales de la historia de cada uno, un vínculo inquebrantable y para toda la vida –incluso después de su reciente muerte- aun cuando las actividades personales de cada uno “geográficamente” nos distanciaron, sin restar importancia ni fuerza a esa estimación mutua, como cuando me llamó para felicitarme –con mucho entusiasmo- al ser nombrado hace dos años asesor legislativo del Senador José Vicente Carreño Castro.
Al contrario de mi promesa incumplida, Carolina no faltó a su palabra de guiarme -paso a paso- por cada uno de los espacios y rincones de su niñez y adolescencia en Sogamoso (Boyacá), sin tener reparo en volver a jugar golosa en el Parque El Laguito –una pequeña réplica del Lago de Tota- degustar un café humeante en “Trigos” –sobre su amada carrera 11- cuando le presenté a mi tío Carlos Niño Páez –hermano de mi Padre- en donde los tres muertos de la risa coincidíamos en que las mujeres fingían sorpresa, cuando aparecían en los rangos de edad para vacunarse del Covid-19, apresurándose a “aclarar” que eran mucho más jóvenes –como decía Carolina- y que por lo tanto era un “error” del sistema de información del Ministerio de Salud y Protección Salud.
Y no faltó la caminata por el Santa Helena –el barrio de las “niñas bien”- en donde quedaba su entrañable casa familiar, mostrándome con orgullo los espacios de una casa de dos plantas –detenida en el tiempo- en donde me llamó la atención la biblioteca, con cientos de clásicos de literatura, historia y política –incluidos sus libros cuando estudió Derecho en la Universidad del Rosario- que denotaba el cuidado, seriedad y disciplina con que los Nossa Díaz –a través de los años- construyeron y enriquecieron esta maravillosa estantería; no sin antes resaltar credenciales, afiches, juguetes, balones, cuadernos, camisetas y cassettes de los noventa -incluidas bandas de rock- siendo esto la más hermosa evidencia de su feliz niñez y adolescencia, al lado de su amado, sagrado y leal hermano Jorge Iván.
Coletilla: En la velación de Carolina el pasado 3 de agosto en el Barrio Cedritos –sus exequias fueron en el Cementerio Jardines de Paz de Bogotá – decidí escribir este sencillo homenaje a ella, convencido de encontrar unas fotos de hace un par de años –para incluirlas en esta Columna- cuando almorcé un domingo con ella y mi Mamá en El Garcero de Yopal, en donde quedó registrado un momento tan agradable, de tanto esparcimiento, con muchos anécdotas y apuntes graciosos, con la frustración de no encontrar la semana pasada estas fotos, aún más cuando caí en cuenta que estaban en un extraviado celular de mi Mamá, esperando –eso si- que más adelante, ella aparezca conmigo en una de las tantas fotos de mi pasada campaña.
Carolina: Has partido para siempre. Eres libre… se feliz. Un beso.
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